martes, 21 de febrero de 2017

ARQUITECTURA SAGRADA Y OCULTISMO TRASCENDENTE

ARQUITECTURA SAGRADA Y OCULTISMO TRASCENDENTE


Según el exoterismo tradicional, el objetivo del arte es revelar la imagen de la Naturaleza Divina imprimida en el seno de lo privado, pero oculta en ello, realizando objetos sensibles que sean símbolos del dios invisible. Así, una iglesia no es sólo un monumento, sino un santuario, un templo que permita crear una atmósfera de comunión con lo divino. A simple vista puede parecer que no hay una relación directa entre la experiencia mística, trascendente, y la manifestación de un estilo de arte determinado. Este es un punto de vista occidental y moderno, que considera la estética como un goce visual ajeno a cualquier corriente espiritual, pero la realidad es mucho más compleja. Porque la dignidad del arte consiste  en la traducción al plano sensible de la belleza ideal, que es una forma de lo divino como reflejo de la verdad divina, fundamento del ser.

El arte sagrado se manifiesta como vehículo del espíritu divino, la forma artística que permite al buscador de mente abierta las verdades trascendentes. esto se hará: la plasmación  de su ocultismo trascendente.

El Aprendizaje del oficio del constructor no podía ser un vulgar acto de memorización técnica. El Aprendiz debía integrarse en la Esencia de la Tierra, del Universo de la Vida, por medio de la experiencia personal en el contacto con la materia que trabajaba. Se hace posible el sincretismo que le permitiese manifiestar el conjunto de representaciones que corresponden a las leyes cósmicas que expresan principios universales, al margen de la religión o filosofía a cuyo servicio se destinan tales representaciones, saltándose las normas imperantes, con el mínimo riesgo para la imagen ortodoxa que de su arte y de sí mismo debía dar el artesano.

Un elemento esencial del arte sagrado es el emplazamiento adecuado. El lugar donde el edificio se levanta influye decisivamente a la hora de hacer de él un templo. Se elegían generalmente lugares utilizados desde tiempos muy remotos, no sólo por cristiniazar cultos anteriores, sino porque tales cultos se habían instalado allí por el poder telúrico-cósmico del lugar.

Los templarios, algunos de cuyos caballeros fueron maestros constructores aunando la Caballería Guerrera y la Caballería de Oficio, buscaron con insistencia los emplazamientos singularmente trascendentes, coincidentes casi siempre con una peculiar persistencia de cultos y ritos ancestrales, apenas camuflados por un leve barniz cristiano, que los caballeros no sólo no eliminarán sino que potenciarán hasta rayar en la heterodoxia.

Todo este ambiente y comportamientos, decididamente ambiguos a los ojos de la iglesia, y extrañamente fascinantes a los ojos  del pueblo, menos inquisidor y más amigo de lo maravilloso, hicieron proliferar todo tipo de leyendas sobre las construcciones templarias.

La Iglesia, como detentadora del poder supremo, no admitía más conocimientos trascendentes que los interpretados y trasmitidos por su intermedio. Cualquier otra gnosis había de ser necesariamente de origen demóniaco y por ello censurable. Si se quería hacerla tolerable por la autoridad espiritual consstituida, había que camuflarla bajo la capa protectora del santo de turno, Surgen así, todas las leyendas en las que los constructores, templarios o no, incapaces de llevar a cabo su obra con los conocimientos normales, deben echar mano de la sabiduría del Arbol de la Ciencia. Pero como el fruto de dicho árbol está prohibido y sólo puede tomarse previo pacto con el maligno, que quizá sea malo pero que de tonto no tiene un pelo, los constructores deben aparecer ante la iglesia no como amigos del diablo, sino como sus vencedores, arrancando al pobre Lucifer sus conocimientos a base de todo tipo de estratagemas, no dudando poner en juego su alma, pero eso sí, guardando un as en la  manga para dejar chasqueado al Señor de las Tinieblas tras haberle robado su colaboración, su ciencia del mundo de los espíritus. Con lo cual, el diablo suele quedar, cornudo y apaleado.

Porque según los guardianes de la fe, cualquiera que tuviese conocimientos suficientes para emprender  obras de categoría sin encomendarse a Dios ni a los santos, es que era un servidor del Maligno.


La Leyenda esotérica

Cuando los monjes del Temple estaban construyendo su convento